EL LOBO Y LOS SIETE CABRITILLOS
Nurieta González Sebastiá
neta@cph.es.com
nurieta.gonzalez@hotmail.com
Dibujos: Ramón Gutiérrez Arroba
Vamos ahora con el cuento de la
desconfianza. Venimos de la Caperucita inocente que no ve la maldad hasta que
está siendo comida y analizamos la enseñanza de la precaución, la sospecha, la
reserva frente al peligro que supone El Lobo y los Siete Cabritillos.
Érase una vez...una cabra que tenía
siete cabritillos. Cuando se disponía a ir al bosque para buscar comida, llamó
a sus siete hijitos y les dijo: “Hijitos, tengo que ir al bosque. Tenéis que
quedaros en la cabaña porque anda por ahí el lobo que quiere comeros. A veces,
el lobo se disfraza pero os daréis cuenta porque tiene una voz ronca y unas
patas muy negras”.
Este cuento, en principio es la
narración de una mamá cabra que quiere mucho a sus hijos y sólo tiene que salir
fuera para buscar comida. Ya vemos la diferencia con Caperucita en que la mamá
manda a la niña bosque. Aquí es la mamá quien se ausenta. La mamá cabra salió
de la cabaña y al cabo de un rato llamaron a la puerta. El diálogo que sigue
cada vez que llaman a la puerta es tan conocido que se incluye en la manera de
comunicarse los adultos. Así podemos decir: “enséñame la patita” cuando
queremos decir que no nos fiamos mucho del interlocutor.
En la primera vez que tocan a la
puerta el lobo les dice que abran, que es la mamá que ha llegado con rica
comida. Pero los cabritillos le reconocen por la voz ronca. “No te abriremos”,
le contestan, “tú no eres nuestra madre porque ella tiene la voz suave y
dulce”. El lobo recurre entonces a un truco, se toma muchas claras de huevos
robados de un gallinero y se aclara la voz, volviendo a llamar a la puerta. Les
repite que es la mamá y ahora sí, ahora tiene la voz suave. Pero los
cabritillos le dicen: “enséñanos la patita por debajo de la puerta”. Así lo
hace el lobo y los cabritillos ven la negrísima pata que, desde luego, no es la
pata de su mamá. Y se lo dicen: “no, no eres nuestra madre, tú tienes la pata
muy negra”. Entonces el lobo se fue a buscar harina y se enharinó la pata con
ella para volver a la cabaña, volver a tocar la puerta, de nuevo decir que era
la mamá, enseñar la pata blanca por la harina y…finalmente entrar.
En los cuentos no se escatiman las
consecuencias de los errores. Los cabritillos no han aprendido lo suficiente de
las enseñanzas de la mamá cabra y, tal y como los niños esperan, son comidos
por el lobo. Pero hay un cabritillo, el pequeñito, que se escabulle en medio
del lío y se esconde en el reloj. Desde allí observa la tragedia. Y cuando
llega la madre es el que le cuenta todo lo que ha sucedido. La mamá cabra le
dice que coja aguja e hilo y se van a la búsqueda del lobo. Éste, totalmente
lleno por haberse comido a los cabritillos, se encuentra dormido profundamente.
Y, de nuevo, el niño comprende que esa conducta impulsiva de comer y comer,
tragando, puede tener fatales consecuencias. Podríamos repetir aquí todo lo
dicho respecto a este tema en Hansel y Gretel.
Cuando hacemos el trabajo de los roles
opuestos a los del cuento, nos encontramos con varios lobos en cada uno de los
talleres de cuentos que realizamos. Pero son importantes los matices. En este
cuento hemos trabajado con lobos zampacabritillos, lobos orales que tragan. Una
metáfora de los “introyectos” que trabajamos en Gestalt. Los introyectos, como
decíamos antes, son todos los mandatos, órdenes, valores que asumimos
tragándolos enteros, sin masticar y que permanecen intactos en nuestro interior
perturbando nuestras funciones psíquicas. Pero eso, para los cabritillos es una
gran ventaja porque están enteritos dentro de la panza que es lo que imagina la
mamá cabra. Es como decir que a los que zampan se les ve el plumero. Cuando un
personaje público repite siempre las mismas cosas que sus compañeros de
profesión o de partido o de cualquier grupo, entendemos que son cosas sin
digerir, son “introyectos”. Podríamos sacarlos enteros de la panza del
personaje si se nos perdona esta digresión.
Así que la mamá cabra llega y ve al
lobo durmiendo y dando grandes ronquidos. El lobo está tan dormido que no se va
a enterar de que le abren la tripa, le sacan a los cabritillos, se la llenan de
piedras y se la vuelven a coser. Igual que al lobo de Caperucita. El lobo se
despierta, sediento, se acerca a un pozo para beber y, lleno de piedras, se cae
al pozo y se ahoga. Volvemos a insistir en que es un final justo para un niño.
Es justo y, además, le deja a salvo de futuros peligros.
Trabajamos con una alumna en una
ocasión en la que nos narró el cuento tal y como se lo habían contado a ella.
No lo hizo en primera persona porque nos preguntó: ¿y quién soy? ¿soy la mamá?
¿soy el cabritillo pequeño? Y, como en otras ocasiones, no tomamos partido. Le
dejamos que nos cuente el cuento y nos dejamos impactar por el mismo, así como
por la manera de narrarlo.
En esta ocasión la alumna lo cuenta
muy bien, con inflexiones de voz, haciendo diferentes tonos para la mamá, el
lobo y los cabritillos. Nos llega la sensación de un cuento redondo,
completo. Le preguntamos y poco a poco nos habla de cuando le contaban a ella
el cuento. Utiliza expresiones que involucran a toda la familia y en algún
momento utiliza la palabra “clan”. Somos un clan, nos dice. Es el cuento de
alguien en “confluencia” con su familia.
La confluencia es una manera de
relacionarnos con el ambiente sin apropiarnos individualmente de lo que es
nuestro. Así, uno no piensa algo, sino que utiliza el “nosotros”. En mi familia
pensamos así, dice. Es una forma de relación en la que uno no ha tomado
conciencia claramente de la diferencia con el resto. Y esta participante,
confluente con su familia, había sido imbuida de desconfianza frente al
exterior. Todo “el clan” familiar tenía que reaccionar del mismo modo frente a
un exterior del que no había que fiarse. Por eso, la alumna decía todo el
tiempo “nosotros los cabritillos…” y “sabíamos que teníamos que tener mucho
cuidado, nuestra madre siempre nos repetía que no nos fiásemos de nadie, que
siempre estaba el lobo acechando”.
Tuvimos en este grupo de trabajo de la
cabritilla desconfiada, al mismo tiempo, a una Caperucita excesivamente
confiada. Hubiéramos podido ponerlas a trabajar juntas. Los trabajos que
hubiéramos podido proponer hubieran sido variadísimos. Por ejemplo, contar cada
una la historia que se había hecho explícita de la otra, con los valores del
personaje. De ese modo, hubiéramos podido oír como la Caperucita a la que se iban
comiendo los lobos, empezaba sus nuevas historias pidiendo, antes de nada, que
le enseñaran la patita. Y, al revés, hubiéramos podido oír historias vitales de
la Cabritilla que siempre iba desconfiando y finalmente se sentía excluida de
los grupos, narradas con los valores de ingenuidad y confianza de Caperucita.
Trabajar en grupo permite no sólo trabajar en uno mismo sino aprender de los
demás y es una manera de aprender especial porque se aprende emocionalmente. De
una forma parecida a como aprende el niño los comportamientos de sus héroes de
los cuentos. El participante conmovido por la historia ajena aprende que es
posible una forma distinta a la propia, de estar en el mundo. Se puede estar
desconfiando de todo y de todos y se puede estar inocentemente confiado. Y con
esta polaridad se despliega todo un abanico de posibilidades
intermedias.
Lo anterior es sólo un ejemplo. “El
lobo y los siete cabritillos” no tienen un mensaje único para todos los
lectores. En este caso era un mensaje de desconfianza unido a la idea de clan,
de simbiosis familiar como defensa frente al exterior. Podemos crear y recrear
escenas, narraciones, no sólo de cada uno con su cuento sino en intercambio con
los cuentos ajenos. En este trabajo que comentamos se ven los dos aspectos
de un cuento tan conocido. Por un lado, el mensaje general de la historia, el
que captan casi todos los niños de que existen los peligros y hay que andar con
precauciones por el mundo para que a uno no le coman. Y, por otro lado, el
mensaje comentado en este ejemplo que podríamos resumir así: “todos juntos
siempre contra el lobo”.
UNA ALUMNA LEE EL CUENTO DE LOS SIETE
CABRITILLOS
Alumna: Yo soy el pequeño de los siete
cabritillos. Mamá se va a comprar y nos indica que sólo abramos la puerta si
ella enseña la patita blanca y si reconocemos su voz clara y suave. Viene el
lobo y llama, pero su voz no es suave ni clara. El lobo se va y come claras de
huevo y vuelve, ahora sí, con la voz fina. Pero su patita no es blanca. Al
final, el lobo con trucos, llega y nos enseña una patita blanca y le abrimos
convencidos de que es nuestra madre. El lobo se come a todos menos a mí que me
he escondido. Vuelve mi madre y se va a por el lobo, le abre la tripa, saca a
los hermanos, le mete las piedras y el lobo se va a beber y se ahoga en el río.
Terapeuta: Esos hombres malos… ¿te
suena?
Alumna: Me suena el abandono de mi
madre. Ella se iba a comprar y, al estar solas mi hermana y yo, pensaba que la
iban a raptar y que no volvería.
Terapeuta: ¿Y tú? ¿Cómo abandonas?
Alumna: No, yo no abandono. Con mis
parejas, si no me interesaban, sí las abandonaba y no me daba ningún cargo de
conciencia.
Terapeuta: A veces, lo que a uno le
hacen tiende a hacerlo a otros. Es una forma de castigar, de hacerle sentir lo
mismo al otro. ¿Recuerdas otras situaciones de abandono?
Alumna: Cuando vivía con mi pareja y
él se iba con sus amigos yo lo vivía como abandono aunque yo lo hacía más a
menudo.
Terapeuta: Sí, era de lo que te estaba
hablando, hacerle a él lo que tú sentiste y sientes que te hacen…
Recordamos que en estos trabajos los
participantes son conocidos ya por su grupo y por los terapeutas que los han
visto desenvolverse en otras dinámicas.
UN ALUMNO LEE EL CUENTO DE EL LOBO Y
LOS SIETE CABRITILLOS
Lee el cuento igual o muy parecido al
anterior por lo que sólo resaltamos la diferencia:
Vamos mi mamá y yo donde está el lobo,
mi mamá no tiene miedo, le abre las tripas y salen mis hermanos, pero no lo
mata. Yo estoy feliz, pero me quedo con la inquietud y con el miedo por no matar
al lobo, siempre puede volver.
Terapeuta: Mamá no se asusta cuando ve
lo ocurrido, está tranquila.
Alumno: El lobo me gana por la pena.
Los demás participantes del grupo
saben la historia de este alumno y resuenan con ese comentario que es suficiente
para él. La pena que le produce un padre lobo que estuvo ausente en su vida.
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