CAPERUCITA ROJA

CAPERUCITA ROJA 

Nurieta González Sebastiá

Dibujos: Ramón Gutiérrez Arroba

Es casi imposible trabajar en un grupo los cuentos sin que aparezca este personaje. Recordamos de nuevo que, al comienzo del taller, solemos preguntar a los alumnos: ¿cuál era vuestro cuento preferido de la infancia? Y les pedimos que respondan rápido, sin pensarlo. De este modo evitamos racionalizaciones que impedirían el recuerdo. Naturalmente, también hemos trabajado con héroes de cómic o de películas que aparecen como la historia más importante en la fantasía infantil. 

Volviendo al cuento de Caperucita, este cuento es para nosotras un cuento muy querido por la cantidad de material que nos ha proporcionado. No sólo el personaje principal, sino el del lobo. Ya hemos ido adelantando que en una fase posterior del trabajo cuando cada uno ha trabajado con su cuento, le pedimos que se identifique con el personaje opuesto, el que representa la polaridad. Y el lobo es un trabajo muy interesante y con muchos matices, como veremos más adelante. 

Caperucita Roja era una niña a la que todos querían, sobre todo su abuela que le había regalado una caperuza de terciopelo rojo que la niña nunca se quitaba. Por eso todos le llamaban Caperucita Roja. Un día su madre le dijo: Ven, Caperucita. Aquí tienes una cestita con comida. Lleva la cestita a tu abuela que está enferma. Ve en seguida y cuando salgas no te apartes del sendero, no sea que te caigas, rompas todo y tu abuela se quede sin nada. La abuela vivía en el bosque a un buen rato caminando. En unas versiones la madre de Caperucita le advierte de que tenga cuidado con el lobo y no se entretenga. Previene a la niña de los peligros. En otras el lobo aparece sin avisos previos. Está claro para todos los niños y niñas que leen el cuento, que Caperucita tiene que evitar entretenerse con el lobo. Todos los pequeños lectores o escuchadores del cuento saben que el lobo es malo y que Caperucita, inocente, no se da cuenta.  

Esto da lugar a las primeras variaciones significativas cuando los alumnos van narrando en primera persona el cuento. Nuestras Caperucitas van a decir: Yo iba muy confiada por el bosque porque me había mandado mi mamá. Y a partir de esa frase van a sentir todo el miedo que dan las diferentes situaciones de la vida, los peligros que ésta comporta. O bien, van a sentirse traicionadas por la mamá trasladando a su vida esta escena del cuento. Van a poder decir: mi madre no me avisó. O mi mamá me lanzó sin contemplaciones al peligro sabiendo lo que pasaba. Y toda una serie de narrativas van a ser desplegadas a raíz del inicio del cuento. 

Como vemos, no hace falta que hagamos interpretaciones acerca de esta escena, tiene una fuerza dramática tan grande que el participante que ha escogido a Caperucita como su cuento favorito va a poner todas las palabras que describen sus emociones. 

Es difícil, a poco visuales que seamos, no imaginar esa escena. En ella se basan muchos espectáculos infantiles. En los títeres, por ejemplo, siempre hay un personaje malvado que entra por sorpresa, cuando el protagonista no le ve, a aprovecharse de él. Los niños espectadores lo saben, el protagonista no. Y los niños gritan al héroe de esta escena para avisarle del peligro. ¿Verdad que hemos visto algo parecido muchas veces? Toda la ansiedad relativa a lo que representa el mundo exterior frente al cálido hogar donde el niño se siente protegido, puede verse aquí reflejada. 

En algunos casos, la escena tiene que ver con una mamá que lanza a la niña a un peligro al mismo tiempo que le avisa de ese peligro. Y éste puede ser sexual. Escenas de abusos pueden ser imaginadas, sutilmente recordadas o dramáticamente revividas a través de este encuentro: Caperucita y el lobo. Éste es un cuento que moviliza escenas pasadas, temores y preocupaciones frente a la sexualidad.

El diálogo entre los dos –Caperucita y el lobo feroz- es universalmente conocido. ¿Dónde vas Caperucita? A casa de mi abuelita. ¿Y qué llevas en esa cestita? Llevo comida para mi abuelita que está enferma. ¿Y dónde vive tu abuelita? Y Caperucita describe el camino a casa de su abuela. El lobo empieza a entretener a la niña con las flores, con los pájaros, con la posibilidad de desviarse por otro camino mientras él se dispone a ir rápidamente a la casa y llegar antes de que llegue la niñita. 

De nuevo, tenemos a nuestras Caperucitas que pueden decir: “¡Sí! Yo siempre me distraigo”. O que se demoran un rato en una pelea interna acerca de seguir los consejos que les dio la mamá o seguir las indicaciones y tentaciones propuestas por el lobo (la pelea entre el deber y el disfrute de lo nuevo). Una participante puede reconocerse en su seducción a través del diálogo con el lobo. Los demás y la terapeuta se lo devuelven y ella con cara de inocente dice: “¿yo? ¿seductora?” Mientras sonríe de la forma más coquetona posible. Otra dice: “ayer me acordé. Mi madre quedó embarazada con 15 años y luego mi padre la abandonó y ella siempre insistió en tener cuidado con el embarazo y el abandono. Luego me acordé de los abusos que he tenido –llorando- y de lo engañada que me sentí. Yo tenía 8 años”. Y cualquiera de estas temáticas serán las que le siguen atormentando en su vida actual. Es fácil que lo trasladen a cualquiera de las circunstancias personales del presente o, incluso, de toda su vida. El guion del cuento puede haberse convertido en el guion de vida. 

El lobo llega a la casa de la abuela, se hace pasar por Caperucita, se come de un bocado a la abuelita y se mete en la cama con su cofia y su camisón. De nuevo, la fuerza de la imagen sobrepasa la de cualquier escena que pudiéramos crear para un niño. Un lobo con cara de lobo, con sus fauces, en una vieja cama de una vieja casa en mitad del bosque, con una cofia y un camisón blanco. Tal vez no habíamos dicho hasta ahora que los cuentos tienen una gran calidad literaria. Son creaciones magníficas, señalan a lo más simple pero tienen una gran profundidad. Es notable la capacidad de los cuentos de desbordar la imaginación de los niños por su potencial visual y su capacidad de despertar imágenes y, con ellas, sentimientos y emociones.

Hemos dejado al lobo en la cama. Llega Caperucita y se acerca a su abuelita sin saber que es el lobo. Y empieza el famosísimo diálogo miles de veces repetido. Abuela, ¡qué orejas tan grandes tienes! Son para oírte mejor. Abuela, ¡qué ojos tan grandes tienes! Son para verte mejor. Abuela, ¡que manos tan grandes tienes! Son para agarrarte mejor, Caperucita. Abuela, ¡qué boca (o qué dientes) tan grande tienes! Es para comerte mejor. Aunque en el cuento no vienen las instrucciones para contarlo, la forma de contarlo tiene que trasladar la fuerza creciente del peligro, tiene que acercar al niño al momento final del descubrimiento de que, en realidad, es el lobo y no la abuelita quien está en la cama. Así la narradora del cuento va exagerando las palabras, haciendo gestos que acompañan esto. Y, cuando finalmente, se dicen las palabras “es para comerte mejor” la mamá puede hacer incluso el gesto de comerse al niño que, asustado y excitado recibe ese gesto de calidez y cercanía de la madre. En el gesto final de ser comida Caperucita, no hay medias tintas. El lobo se la come. ¿Cómo podemos, a veces, tratar a los niños de forma melindrosa cuando estas personitas disfrutan con la escena caníbal, con el sadismo cariñoso de la narradora y piden que se les cuente una y otra vez? Porque eso es lo que hacen. “Cuéntamelo otra vez” y se someten al suplicio de la escalada ansiosa ¿por qué tienes esas orejas tan grandes? ¿y esos ojos? ¿y esa boca? 

La cuestión es que el lobo se come a Caperucita y después se tumba y se duerme dando grandes ronquidos. Hasta que un cazador que pasaba por allí se acuerda de la anciana que vive en la casa y entra para ver si la abuela de Caperucita se encuentra bien. Cuando ve al lobo piensa que puede haberse comido a la abuela y le abre la tripa y de ahí salen enteritas Caperucita y la abuelita. ¿De qué nos extrañamos? Hasta en la Biblia Jonás es tragado por una ballena por no obedecer a Dios. Y, por supuesto, es devuelto sano y salvo al mundo.  Es una especie de renacimiento en el que el niño, después de enfrentarse a la dureza de la vida, retorna de esa muerte transformadora que le permite salir de una situación fatal, para volver con nuevos aprendizajes, nuevas experiencias, como ocurre en los viajes de transformación de la adolescencia o la juventud, para poder enfrentarse a la vida y a los nuevos retos con herramientas que le permitan superar una etapa de la vida.

Encontramos a una Caperucita que termina el cuento así: “y el lobo me comió”. Y ya no continúa el cuento. No hay final feliz para ella. Le preguntamos: ¿quién te tragó? ¿qué lobos te han comido? Y el trabajo se transforma en una silla vacía entre ella y uno de esos “hombres lobo” que le han hecho daño. En casos así, el cuento es el detonante del trabajo con la persona en sus conflictos vitales. El cuento precipita la emoción y, a partir de ahí, seguimos hablando no ya del cuento sino de lo que preocupa a la participante. Esta Caperucita se da cuenta de su ingenuidad con los hombres, de que es excesivamente confiada. Por eso, no puede terminar el cuento, termina en la panza del lobo. No sabe todavía hacer otra cosa. Nuestro trabajo consiste en ayudarle a encontrar nuevos recursos ya sean internos o externos, para concluir esa situación de forma positiva. Por eso, volvemos con ella al cuento y pedimos ayuda a sus compañeros para que un leñador la rescate de la panza del lobo. Debemos recordar que el trabajo puede ser largo y, con frecuencia, induce un estado de conciencia alterado en el que salir de la panza del lobo tiene un significado importante. Y, como hemos dicho en otros lugares, podrá recurrir con frecuencia en su vida a esa imagen y decirse: “tengo que salir de la panza del lobo”

Hemos dicho que con esta participante trabajamos con una silla vacía. Es un recurso típico de la Gestalt. Situamos al paciente en una silla o en un cojín y ponemos una silla vacía o un cojín vacío enfrente. Y en ese cojín vacío situamos un personaje. En este caso, el hombre lobo que se la había comido. Pero en otras ocasiones el cojín vacío es para una parte de la personalidad. Por ejemplo, podría hacerse una silla caliente entre la Caperucita Roja obediente que siempre hace lo que debe y no se entretiene y la Caperucita que se deja tentar por el lobo y se desvía del camino. Y este diálogo puede dar muchas pistas al paciente o al alumno. Es un diálogo, no una narración. Pedimos que se haga con los ojos cerrados y en este intercambio se despiertan fuertes emociones. Cuando terminamos una silla vacía hay algo más en la experiencia de la persona, en su memoria y, a veces, en su repertorio de reacciones. Hay algo nuevo. En la acción se profundiza emocional y simbólicamente mucho más que en el trabajo de narración. Una alumna, identificada con la Caperucita obediente, termina recibiendo fuerza de la Caperucita que se desvía y se deja despistar por el lobo. Al principio, de forma tímida y, poco a poco, más asertivamente la segunda le anima: “¡Venga, atrévete! Que pareces tonta, siempre obedeciendo a mamá”. La Caperucita obediente termina riéndose y disfrutando de incorporar un poquito de rebeldía.

Hemos hablado de que después de trabajar con el cuento lo hacemos con los personajes que representan el opuesto. Casi siempre en este cuento ese personaje que llamamos polar es el lobo pero, en ocasiones, es el cazador. Ante un participante pasivo que se siente con dificultades para la acción, este cazador que no se entretiene en pensamientos inútiles sino que va y le abre la panza al lobo puede representar una oportunidad única de explorar la posibilidad de hacer cosas en el mundo. Cosas que representan la salvación de algunos seres frágiles pero, también, la descarga agresiva contra la maldad, sea como sea la forma en la que se presenta. El cazador, una vez que saca de la panza a Caperucita y a su abuela, llena de piedras la tripa del lobo y se la cose. El lobo muere según distintas versiones y tiene una muerte cruel como corresponde a su enorme maldad. Y el niño se queda tranquilo porque, como hemos dicho, para él la justicia exige ese tipo de actos. Y porque poder hacerlos en la imaginación es una canalización de oscuros deseos violentos del niño. Hemos encontrado a un participante deseoso de trabajar el cuento de Caperucita. Un hombre que trabaja en la identificación de ser una niñita con una capa roja. Nosotras trabajamos dejando que el cuento se despliegue hasta ver adonde nos lleva. Y, en este caso, nos lleva al cazador. No a un cazador cualquiera sino a uno que disfruta abriendo barrigas porque eso era lo que más le gustaba del cuento: rajar barrigas.  Así que cuando hizo el trabajo posterior se le adjudicó el papel de cazador rasga barrigas y estuvo disfrutando intentando abrir las barrigas de sus compañeros en un juego, en una dramatización en que pudo explorar el placer que le producía esa parte del cuento y que está oculto bajo su apariencia pacífica.  Este juego no sólo le permitió explorar ese placer sádico en el hecho de castigar al lobo abriéndole el vientre. Pudimos ver cómo el alumno recuperaba la energía que se encontraba retenida en su vida. Por su miedo a ser violento, él había reprimido toda conducta activa, intrusiva y agresiva. Estaba atrapado en una considerable pasividad e indolencia y fijado a la inacción por evitar estos sentimientos y emociones que para él eran tremendamente negativos.

En una ocasión, una alumna que tenía una hija eligió este cuento y empezó a relatarlo con enorme asombro de todos los que estábamos escuchando. Caperucita iba divertida por el bosque, el encuentro con el lobo era amigable y, por supuesto, no había banquete: nadie se comía a nadie. Ella dijo que así es como se lo contaba a su hija porque el cuento de la manera tradicional podía asustarla, así que lo había modificado. Seguimos durante la tarde de ese día con más y más historias y, al día siguiente, esta alumna nos dijo: ayer me decidí a contar a mi hija el verdadero cuento de Caperucita Roja y le encantó. Sí, mi hija se asustaba pero pedía que yo se lo contara una y otra vez entusiasmada. El cuento de Caperucita Roja había vuelto a la vida. Esta mamá permitía, a través del cuento, que su hija enfrentara nuevos peligros y nuevos retos transformadores.

UNA ALUMNA CUENTA CAPERUCITA

Lo cuenta literalmente

Terapeuta: La consigna de la madre es que vaya por el camino y ella se entretiene con las margaritas, se desvía del camino y entonces se encuentra con el lobo.

Alumna: Sí, me encontré con un lobo malo y mi padre me salvó. De muy jovencita, con quince años, tuve una pareja durante cinco años y acabó bien. Después trabajé en un hotel a los veintidós años y tuve una pareja de treinta y ocho. Él era un “viva la vida” que me intentó engañar con un negocio. Me engañó con Hacienda, firmé unos papeles. Me fie porque él era mi pareja y mi padre me tuvo que salvar. Esa pareja tenía problemas con el alcohol y me daba pena dejarlo por si su problema con el alcohol se agravaba. Eso me hizo hacer terapia, ahora tengo una pareja normal.

Ésta es una Caperucita cuya vida tiene un total paralelismo con el cuento. Cae en el engaño de una pareja y luego le da pena abandonarlo. Es afortunada porque pudo salir de ese guion de vida. Sin embargo, ése es el primer cuento que le vino a la cabeza para ser trabajado.

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